No me gusta ver la vida como producto de una escalada a mejorar, cambiar, y "ser mejor persona cada día". Hay momentos en los que, nada de lo que uno hace parece suficiente. Porque si, siempre va a haber algo para cambiar, para mejorar, ya que somos seres humanos y nos han creado imperfectos, no podemos vivir toda una vida persiguiendo esa perfección porque lo único que hacemos es drenarnos por dentro. Creyéndonos insuficientes, inválidos, poco. La vida no es eso, y yo personalmente no lo elijo.
Mejor me parece el camino de la simpleza, la sutileza, en donde las cosas se ven y se cuentan con mayor liviandad, con soltura, con goce, en donde los defectos pueden encontrar su lecho en donde descansar para luego transformarse al haber sido procesados, en donde hay tiempo, espacio, porque todo lo instaurado necesita de su tiempo para des-instaurarse, des-programarse, y de esta manera logramos amarnos más en el proceso.
Porque eso somos, seres imperfectos que hacen lo que pueden para ser la mejor versión de sí mismos, y sí, siempre va a haber algún defecto que marcar, la clave es no rodearse de gente que lo haga todo el tiempo, ni que nos exijan tanto, porque ya nosotros mismos sabemos qué si y qué no, y hasta dónde podemos y qué cosas nos cuestan un poco más.
No, la vida no es siempre mejorar, a veces es abrazarnos en la imperfección y saber que todo lleva su tiempo, su pausa, su risa, su causa y que de esta manera siendo más amenos con nosotros mismos dejamos también esa paz y tranquilidad en el resto, algo así como che, te podes confundir cuantas veces sea, riámonos juntos de eso, tomémoslo con calma y sigamos caminando como veníamos haciendo.
Peace is the way of love
Nunca perdí el impulso de seguir. De entender dónde si y dónde no. Nunca dejé de interpretar señales, de escucharme a mi, aunque a veces todo sea ensordecedor. Siempre me tuve, ahí, firme y guiándome, aún en esos momentos que me costaba salir de la cama, que me costaba poderme mantener en pie. Ahí estuve, abrazándome, aunque la niebla no me dejara ver. Nunca me perdí, jamás, siempre me tuve, aunque ese "tenerme" haya sido de manera celestial, espiritual, etérea. Siempre pude hablar conmigo, a través de una pluma, a través de un papel. Nunca dejé mis cuadernos, ni mis libros, ni el ejercicio de mi mente. Eso siempre me impulsó a seguir. Eso, se puede decir, mi esencia, me acompaña hace un gran tiempo. Y es mi impulso, mi mente es mi impulso, aquella que siempre sabe dónde dirigirse aunque se encuentre por momentos en un vaivén de posibilidades. A ella escuché, a veces más y a veces menos, supe cuándo escucharla y cuándo tenía la posibilidad de ignorarla. Decidí ver y decidí c...