Hoy al despertarme, entre la resaca y el maquillaje corrido, me puse a reflexionar (sí, a reflexionar) sobre la información que transmitimos como personas, la energía que expulsamos. Y me di cuenta que, la variación en esto no siempre depende de uno mismo, ya que somos seres que trabajan en conjunto y en cierta manera somos un todo: sin un otro, no existiría un yo. Entonces pensé también que si estamos compuestos por átomos (en cierta manera, por efecto de una gran explosión cosmológica), somos todos en cierto modo producto de la misma esencia: es imposible que estemos separados y que nos leamos como seres cien por ciento individuales.
Pensemos en esto: a veces pensamos que somos de cierta manera porque interactuamos con cierto entorno, en cierto momento y en cierto lugar. Eso condiciona la manera en que actuamos y en cómo nos vemos a nosotros mismos. Si nos sacamos de contexto, nos damos cuenta que no somos nada sin un entorno. Nos damos cuenta de que necesitamos recibir información para así procesarla y poder retransmitirla.
A qué voy con todo esto? A que en verdad no existe una concepción del yo cien por ciento autóctona, por lo cual no podemos definirnos con adjetivos calificativos de tal o cual tipo. Somos, (o capaz no somos) una mezcla entre lo que sentimos y lo que nos provocan, lo que pensamos y los pensamientos influenciados. Actuamos, (esto quizas sí es nuestro) de cierta manera siguiendo o mejor dicho interpretando la información que recibimos. 
Entonces sí, estamos condicionados a un entorno, lo cual no quiere decir que esa condición sea inamovible. Cuando te corrés de un espacio e ingresas a otro, te perciben de otra manera e incluso reaccionan ante tu información con una información nueva, se puede decir que el sistema se altera, y la concepción que tenemos de nuestro ser pasa a reinventarse.
Lo curioso de todo esto es que, visto de esta manera, somos dueños de elegir de qué informaciones rodearnos para poder responder de la manera que buscamos: para buscar ser el tipo de persona que deseamos. 
Pongamos un ejemplo: si nos rodeáramos de gente que esta constantemente quejosa, llegaríamos a casa al final del día con una especie de nube gris sobre nuestro rostro, sin querer nada más que apoyar la cabeza sobre una almohada y cerrar los ojos para que un nuevo día pueda surgir. De esta manera estaríamos viviendo constantemente en el futuro, siempre esperando a que las cosas mejoren, invadiéndonos de críticas y malos humores. Pero esto cambia completamente cuando la gente que nos rodea sólo causa risas: esto nos provocaría ganas de frenar el tiempo y quedarnos por siempre en el presente, disfrutando de cada momento, y por ende, expulsando esa energía positiva a quienes nos vayan rodeando a lo largo de la semana. 
En la primera situación me definiría como una persona negativa, desganada, desinteresada, apática. En la segunda, alguien alegre, agradable, simpático y amable. En cierta forma, en los dos casos seguiría siendo la misma persona, pero en dos facetas totalmente distintas, vibrando bajo, y alto.
Sí, quizás se interprete como que no tenemos autocontrol y no podemos diferenciar el humor del otro del propio, etcétera. La cuestión es que somos seres sensibles e interactuamos constantemente, lo cual hace imposible que podamos ser cien por ciento apáticos e indiferentes.
En conclusión, y quizás para cerrar la idea y dejar de marear, quiero destacar que uno es como es a efecto de la manera en que lo hace sentir su entorno. Podemos cambiar la vibración. Sólo depende de elegir el camino correcto.

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