Cómo fue que llegué a odiarte

Prácticamente, una persona no puede retener odios. Ni rencores, por supuesto.
Cuando a uno lo hieren, no hay mejor camino ni solución que el simple dejar ir. Y ¿por qué es esto? Porque, aunque la persona cambie, lo hecho hecho está, y ese agujero lamentablemente difícilmente se pueda cerrar. 
Los lamentos que llevamos en lo profundo del alma los cargamos hasta el fin, y si vivimos al lado de la persona que nos lastimó ¿cómo podremos superar? ¿cómo aceptar que, de verdad, esa persona cambió (si es que así fue)? IMPOSIBLE.
Si uno, por ejemplo, sufre traición de amor, siempre va a cargar con ese trauma de la desconfianza, ese no poder vivir en paz, ese estar alerta las 24 horas del día. ¿Acaso alguien puede vivir así? La respuesta es no.
Y no sé por qué uno retiene aquello que no le hace bien. Quizás, a veces el amor ciega. A veces nos deja anclados a la otra persona tal como si no nos pudiéramos mover en otra dirección, o simplemente como si no podríamos estar anclados a otra persona que nos hiciera feliz. Cegados, esa es la palabra... uno siente que sólo tiene a esa persona y a nadie más. Y de verdad, el milagro del universo esconde increíbles personalidades que cualquier día en cualquier momento podemos descubrir. Pero no. Estamos totalmente CIEGOS.
Y bueno, como verán, he aquí a contar cómo fue que llegué a odiarte.


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