Como corriendo en bajada. Así me sentía, cada vez más empujada, más guiada por la pendiente que por mi propio cuerpo. Decidía en base a la peligrosidad con la que podía llegar a lidiar después. Me sentía abatida, algo así como invadida por alguien más que en este caso era la tierra, intentando excluirme, reclutarme, ocultarme bajo la gran montaña que estaba intentando escalar. 
Yo quería ser grande, en verdad quería crecer, llegar a la cima, progresar. Pero había algo (o alguien) que constantemente intentaba impedirlo. No sé por que motivo, quizás por discrepancias, diferencias, ¿o egoísmo?
El problema era que, yo intentaba escalar y la montaña me quitaba el aliento. Yo tanto daba por esa montaña, por llegar lejos en ella, pero era imposible. El problema me excedía, yo no podía hacer nada, no podía hacer que la montaña cambie, sea otra, tenga menos pendiente. Y, aunque sabía que eso era imposible, lo intentaba... qué ilusa.
Hoy puedo llegar a comprender que, habiendo miles de millones de montañas, yo elegí la incorrecta. Quizás era la más bonita, tenía brillantes características, pero a la hora de querer escalarla, llegar lejos se me dificultaba.
Yo sé, que habrá otra montaña que me permitirá escalarla. Sé que, quizás me costará dejar ir mi experiencia con mi primer montaña. Pero, no puedo pretender que un fenómeno natural cambie: yo misma sabía que en algún momento debía dejar ir.

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