Y después, sonrió. Ya nada parecía tan oscuro como lo creía ver, comprendió que debía asumir aquellas espinas y quizás hasta tomarlas de ejemplo para transformarlas. Intentó mirar para atrás con una sonrisa, entendió que todos los errores podían ser modificados, que cada tropiezo hoy le dejó una enseñanza. Comenzó a ver que creció y maduró gracias a aquellos momentos de sufrimiento, porque al fin y al cabo se madura con los daños y no con los años.
Miró, luego, hacia adelante y divisó un camino repleto de sonrisas, y quizá también de llantos. Pero supo entender que es parte de la vida, ese extraño círculo vicioso en el que sufrimos y nos alegramos, esa reciprocidad entre lo bueno y lo malo, ese entender que se necesita sufrir para estar bien, llorar para mejorar, golpearse para levantarse. 
Y una vez que creyó entender la vida, ya no le pesaban aquellos rencores, ya no miraba hacia atrás lamentándose, ya no quería volver al pasado... sino que, se abstuvo a mantenerse alerta a todo lo que le venga, mirando hacia el futuro, sabiendo que cualquier ser humano está expuesto al sufrimiento pero está en cada uno la manera de vivirlo, de cómo tomarlo, de cómo expresarlo.
Y en el leve disparo de una sonrisa se sintió diferente. Se explicó que, si bien tenía un pasado ya escrito, ya vivido y hasta quizás por momentos ya contaminado, también tenía un futuro en blanco, que sólo dependía de ella, sólo ella podía escribirlo. Y entendiendo esto se decidió a no seguir lamentándose más, a salir de ese lugar de víctima y comenzar a actuar.
A vivir cada día como si fuera el último.
A regalar sonrisas,
          a divisar sus sueños,
                    a vivir, como ella se lo merecía.

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